lunes, 20 de febrero de 2012

Remedio para el miedo

LEA: Salmo 34:1-10
Busqué [al] Señor, y él me oyó, y me libró de todos mis temores. —Salmo 34:4



En su discurso inaugural, en 1933, Franklin D. Roosevelt, el recién elegido presidente de los Estados Unidos, se dirigió a la nación que aún no se había recuperado de la Gran Depresión. Esperando despertar una perspectiva más optimista en cuanto a la crisis económica, declaró: «¡A lo único que tenemos que tenerle miedo es al miedo!».
El miedo suele aparecer en nuestra vida cuando corremos el riesgo de perder algo: riquezas, salud, reputación, posición social, seguridad, familia, amigos. Revela nuestro deseo innato de proteger lo que más nos importa en la vida, en vez de entregarlo plenamente al cuidado y control divino. Cuando el miedo se impone, nos incapacita emocionalmente y debilita nuestra vida espiritual. Tenemos temor de hablarles a otros de Cristo, de disponer de nuestra vida y recursos para ayudar a los demás o de aventurarnos hacia terrenos desconocidos. Un espíritu temeroso es más vulnerable al ataque del enemigo, el cual nos tienta para que no seamos fieles a las convicciones bíblicas y nos hagamos cargo personalmente de las cosas.
Por supuesto, el remedio para el miedo es la confianza en nuestro Creador. Solo cuando confiemos en la realidad de la presencia, el poder, la protección y la provisión de Dios en nuestra vida, podremos compartir el gozo que experimentaba el salmista, cuando dijo: «Busqué [al] Señor, y él me oyó, y me libró de todos mis temores» (Salmo 34:4).

miércoles, 15 de febrero de 2012

Más, más y más

LEA: Filipenses 4:10-20
… he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. —Filipenses 4:11



Ahora que mi hija está aprendiendo a hablar, ha adoptado una palabra favorita: más. Dice «más» y señala una tostada con mermelada. Extendió la mano y dijo «¡más!» cuando mi esposo le dio algunas monedas para poner en su alcancía. Una mañana incluso exclamó: «¡Más papi!», cuando su padre salió para el trabajo.
Tal como mi pequeñita, muchos miramos a nuestro alrededor y pedimos «más». Lamentablemente, nunca hay nada que nos baste. Necesitamos el poder de Cristo para romper el ciclo y ser capaces de decir como Pablo: «… he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Filipenses 4:11).
La frase «he aprendido» me dice que el apóstol no enfrentaba todas las situaciones con una sonrisa. Aprender a contentarse requiere ejercitación. Su testimonio incluía altibajos que abarcaban desde la picadura de una serpiente hasta la salvación de almas, desde las acusaciones falsas hasta la fundación de iglesias. Sin embargo, declaró que Cristo era la respuesta para satisfacer el alma. Dijo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (v. 13). Jesús le había dado la musculatura espiritual necesaria para soportar momentos difíciles y evitar el peligro de la abundancia.
Si descubres que estás buscando «más, más y más», recuerda que el contentamiento llega cuando tienes «más» de Cristo.

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